FINIS MUNDI. 3ºB

Cuentos basados en Finis Mundi


Los druidas

Había una vez un druida llamado Guthlac, él era muy amable, risueño y su intención siempre era ayudar. Su vida era tranquila, vivía en un bosque con su familia y amigos, y era el más querido. Todos los días iban dos veces al círculo, el Círculo de los Druidas, allí rezaban sus oraciones, las cuales eran muy antiguas y pasaban de generación en generación. Con estas oraciones invocaban a varios espíritus. Al que más llamaban era a Pitlis, este era el Dios de la agricultura, ya que ellos comían de lo que les daba la tierra y a veces había sequía.

Al Círculo de los Druidas solo podían ir los druidas, solo en una ocasión un humano estuvo allí, esto fue debido a que tenía una gran enfermedad y creían que era incurable; pero Guthlac mediante una invocación que le enseñó su abuelo, fue capaz de salvarle, él prometió no decir nada de lo que había ocurrido. Pero un día, en una taberna habló con una persona que estaba interesado en saber más sobre el círculo de los druidas, no cumplió la promesa y habló a un juglar de ello. Al saber esto el juglar, no tardaría mucho tiempo en ir.

Había pasado mucho tiempo de aquello y Guthlac estaba solo en el bosque, los druidas iban a dejar de existir, no podía hacer nada.

Pero de repente un día, escuchó algo, no le dio mucha importancia, ya que estaba en un bosque y podía ser cualquier animal, pero el ruido era constante y se acercaba, Guthlac decidió asomarse a la puerta para ver qué era y vio un caballo, pero el caballo no estaba solo, en él había una persona, una persona que se había desmayado. Guthlac decidió ayudarla, la cogió y la metió en su casa, le preparó una infusión sanadora y al despertar se sentía mucho mejor, la chica no se explicaba aquello. Se había despertado en una casa con una persona que no conocía y se encontraba mucho mejor que antes, Guthlac le explicó todo lo que le había sucedido y la joven se quedó impresionada, ella iba al Círculo de los druidas. Guthlac se quedó bastante sorprendido al escuchar que la chica se dirigía hacia allí y la animó a seguir.

Pasadas unas horas, vio pasar a más personas, lo nunca visto, pero decidió no hablar con nadie más. No vivía muy lejos del Círculo de los Druidas y se escuchaba todo bastante bien, escuchó y pensó en posibles razones de por qué irían tantas personas al círculo. Pasada una media hora, Guthlac se empezó a sentir mal, le pesaban mucho las piernas y no había vuelto a saber nada de las personas que pasaron hacia el círculo. Guthlac se empezó a marear y a verlo todo doble, le fallaban las manos, las piernas, no podía pensar con claridad, esto era debido a que la joven había evitado que el mundo acabase, esto provocó demasiada energía en el círculo y Guthlac falleció.

Carlota.


Después de enterrar a Michel, Mattius y Lucía siguieron viajando por el mundo y en ese tiempo ella quedó embarazada de un niño al que pusieron de nombre Michel. Los tres siguieron propagando por el mundo lo que su viejo amigo había hecho para salvarlo.

Generación tras generación pasaron mil años y había que volver a hablar con el espíritu del tiempo para ver si les daba otra oportunidad o no. José, el último de la familia que tiempo atrás formaron Mattius y Lucía, fue a buscar la piedra del presente a la tumba de Michel en Normandía, ya que sus antecesores se la habían dejado a él, para que su cuerpo siguiese con ese aspecto como el de Carlomagno. Las piedras del pasado y futuro ya las tenía debido a la herencia familiar.

Al llegar al cuerpo de Michel estaba muy mal, alguien le había quitado el broche del presente, pensó en la Cofradía de los Tres Ojos pero se dio cuenta de que se disolvió cuando mataron a García.

José, al llegar al Círculo de Piedra, vio que había una persona, su hermano llamado Ismael que no se creía lo que decían los demás porque había investigado y había descubierto que no llegaría el fin del mundo sino que iría a mejor, él no le dio la piedra y ocurrió como él había dicho. Después de aquel día el mundo cambió y para bien, afortunadamente. Junto con ello los druidas volvieron a nacer, ya que las personas tuvieron más vínculos con la naturaleza que les rodeaba.

Alicia L.

La Historia de Isabel

Mi historia comienza en un pueblo gallego, tenía sobre doce años.

En mi casa, siempre hubo algo extraño, algo que en las casas de mis amigas no había. Siempre había botes y frascos extraños que no sabía qué eran. Yo siempre he sido curiosa y, como no sabía qué eran, siempre preguntaba qué era a mi madre y ella respondía: "En unos años lo descubrirás y te enseñaré a usarlo todo, ahora no te preocupes". Y esas palabras hacían que me dejase de importar. Pasaba el tiempo y me volvía a dar esa curiosidad, años tras año se lo preguntaba hasta que cinco meses antes de cumplir quince años me dijo:

-¿Te acuerdas de tu curiosidad por los frascos?

-¡Sí, mamá!, ¿me vas a enseñar a usarlo? -dije con una alegría inmensa.

-Cuando cumplas tus quince años, te empezaré a enseñar, mañana te lo explicaré todo.

Esa noche no dormí nada simplemente pensando en qué podría esconder mi madre tras esos botes.

-¿Qué me escondería mi madre durante tanto tiempo? -me pregunté- ¿Quizás me escondería un horrible secreto de su adolescencia o a lo mejor simplemente era un hierba aromática o especial importada de otro lugar?

Esa noche únicamente dormí seis horas, cuando normalmente para mí eran ocho o diez horas. A la mañana siguiente escuché un tintineo detrás de mí y eso significaba que estaba muy próxima a la hora del amanecer y que en cinco minutos despertaría el gallo y nos despertaría a nosotros. Antes de que sonase el gallo, llegó mi madre a pocas horas del alba y me dijo:

-¡Hija mía, ya es hora de que sepas lo que significaba esa gran curiosidad! -estaba más emocionada que yo incluso.

Yo sabía que era algo diferente que no se iba a encontrar en ningún otro sitio, porque yo desde pequeña, aunque no lo conté a nadie, sentía magia pero bueno eso es otra historia. Nosotras fuimos a una cabaña cerca de un río muy conocido en Galicia y mi madre entró en la cabaña y me enseñó lo que había. Yo, al entrar, me quedé perpleja. Observé cada uno de los botes que había y sus nombres, sus etiquetas, todas las diferentes hojas que había y sus colores que eran lo que más llamaba la atención. Había desde los colores más oscuros hasta el tono más vivo que se puede encontrar, unos negros ceniza y el rojo y verde más intenso.

Después de que mi madre dejara que yo viese todos los botes, comenzó a explicarme una historia que no entendí muy bien, pero la conclusión que saqué era que la magia que sentía de pequeña no era falsa, que mi madre también la sintió, mi abuela y toda mi familia la tiene. Me explicó que yo venía de una familia de meigas, brujas más conocidas así, fue interesante ver todo. Mi madre me explicó de dónde venían, que eran de tiempos que no conocemos y que no es algo de lo que preocuparse; que nosotras somos las hijas de la bruja madre y nosotras siempre somos las sucesoras.

Tras un rato hablando con ella, ya cambiamos de tema y me dijo que en cinco meses empezaríamos con lo que sería la práctica y que en esos cinco meses que quedaban me debería aprender las palabras de decir antes los hechizos más básicos y algunos contrahechizos de las meigas que se corroen y olvidan las leyes. Estas son inquebrantables y, si se incumple una ley, la persona deja de ser una meiga para siempre y sus sucesores no podrán volver a ser partícipes de las meigas.

Pasaron los cinco meses y yo me aprendí todos los contrahechizos, las pócimas, los hechizos y todos los secretos del bosque. También me aprendí la leyes que eran tres:

Nunca abandonarás a una meiga.

Nunca harás daño a menos que se lo hagan al bosque.

Siempre intentarás ayudar al prójimo.

Y desde siempre se dijo en las juntas que se hacían en noche de luna llena que la persona que quebrantarse una ley sería expulsada con un castigo.

Pasaron dos años y yo me convertí en la meiga más joven en conseguir el hechizo más difícil. Con diecisiete años ya sabía hacer el hechizo "ovu o'setlus", el cual implicaba la vida o la muerte dependiendo de la elección del bosque.

Y un año después con la mayoría de edad de los humanos normales, conseguí ser la meiga más poderosa; siempre después de mi madre, que era la amiga más poderosa, incluso más que yo; pero ella siempre dijo que yo aprendí los hechizos antes que ella y que aunque muchos me criticaran por decisiones drásticas que tomaría, siempre sería por un bien hacia las demás meigas o el bosque.

A los veinte años conocí a un chico, el cual sería mi esposo durante los diez años siguientes y me acompañaría en mi primer y único embarazo y también sería la persona que se marchó por causas naturales. Tras esa pérdida me casé con un tabernero y él continuó educando a mi hija aunque yo sabía que no era lo mejor que hacía, sabía que había pegado a mi hija y la maltrataba. Cuando mi hija cumplió los quince años, le enseñé todo lo que mi madre me enseñó y me di cuenta de que ella era más que una meiga, pero que no soportaría el poder de una Madre Meiga, así que cuando mi nieta, Lucía, nació, fue un rayo de luz en nuestra vida. Yo Isabel lo cuento como lo mejor que me pasó, porque supe que mi hija no podría con ese poder con el de su madre y así fue, nació Lucía y cuando tenía ocho años falleció.

Lucía sabía que el bosque siempre albergaba el alma de una meiga fallecida en un parto porque para el bosque una madre, una amiga ejemplar y además sucesora del poder no podía perderse en el limbo de los muertos. Durante los primeros meses, Lucía siempre estaba triste ya que siempre se echó la culpa de que su madre falleciera, pero todo el mundo sabía que no era así. De pequeña estuvo muy unida al bosque y a su madre, ya que se conectaban a través del árbol laurel en su caso. Lucía ya era mayor, ya sabía lo que pasaba en casa y ya sabía lo que era su padre. Sabía que era uno de los magos más poderosos y que el tabernero no era su padre, sino su padrastro. Eso se lo contó todo su madre a través del árbol.

Lucía un día me preguntó que cuándo empezaría a ser ella una meiga con poder, aunque fuese muy poco y le contesté que en muy poco tiempo lo sería y que ya empezaría antes que las demás meigas, ya que todo el poder de su madre era suyo y también parte del de su padre.

Tiempo después, Lucía cumplió diecisiete años, la edad en la que su madre se convirtió en la meiga más grande, aunque ella lo había superado al lograrlo con quince y se convirtió en las meigas más joven con el máximo poder.

Con Lucía habiendo cumplido los diecisiete, unos peregrinos un poco raros, un monje de Cluny y un juglar, aparecieron por ahí. Yo simplemente dejé pasar el tiempo, sabía que Lucía estaba enamorada del juglar, pero que sería cuestión de tiempo que se volverían a encontrar. Y así fue, salieron a explorar y tuvieron que recurrir a mí, porque un soldado, García, recuerdo, les tendía una emboscada con unas meigas, a las que nosotros castigamos y García también fue castigado aunque solamente fue un susto. Después Lucía se fue con el juglar Mattius y el monje Michel. Y a partir de ahí en adelante ya poco más recuerdo, los vi un tiempo (ya explico cómo) y también recuerdo una cosa que el padre de Lucía le conoció, él conoció a Lucía. Siempre fue el mejor brujo y se reencarnó en un druida, anciano. Vivía cerca de círculo de los druidas y otra vez, el bosque, el viento, las hojas me lo revelaron, que le conoció y que pronto regresaría para contarme lo que sucedió en ese círculo, las pérdidas que hubo por el camino y que ya no venía sola, venía con su futuro marido y un niño en sus entrañas, el primer chico que reinaría sobre las meigas y que se casaría con una de ellas y así continuaría la historia de la vida de Lucía. Continúa con un pequeño bebé parecido a su padre, con una marca de una M en el brazo, relacionado con Michel y para Lucía eso fue algo increíble, algo que le enseñaría que aunque hay pérdidas nunca se olvida y después el bebé de Lucía, Marco, continuaría su vida siendo una meiga, druida, brujo, juglar y monje. Algo de lo que su familia estaría siempre orgullosa. Y acaba todo con la reencarnación de sus abuelos y el último adiós hacia ellos, con una gran sonrisa en el alma y grandes recuerdos en el corazón.

Zaida.

Finis Mundi
El pasado de Lucía

Seguramente muchos habrán pensado: ¿Cuál era el verdadero pasado de Lucía? Aquí posiblemente lo descubras.

Lucía era una niña que vivía junto a sus padres biológicos y con su abuela. Sus padres, la mayoría de veces no podían estar con ella debido al exceso de trabajo y, por eso, ella se quedaba todas las tardes ya algunas noches con su abuela Isabel. Todos los domingos, ella y su abuela iban a la plaza a escuchar a los juglares que venían de tierras lejanas a recitar sus cantares y poemas. A Lucía le fascinaba verlos, tanto que en sus ratos libres cuando no ayudaba a su abuela, se ponía a recitar y a inventar poemas. La mayoría eran copiados de los juglares que ella veía, pero no dejaba de ser emocionante para ella recitarlos.

Un trágico día, los padres de Lucía discutieron y terminaron separándose, dejando a Lucía con su madre y con su abuela. Su padre dejó de darles dinero, así que su madre e incluso la abuela, empezaron a buscar trabajo desesperadamente. Debido a que en esa época las mujeres no eran tan afortunadas como en el presente, la madre de Lucía empezó a buscar una pareja para así poder sobrevivir y librarse de la soledad que la atormentaba.

Lucía, al conocer a su nuevo padre, se alegró mucho porque ya no iban a estar solas y gracias a su ayuda conseguirían sacar adelante la familia, pero esa alegría no duró mucho... Su padrastro la maltrataba, pegándole casi todos los días y la trataba como una esclava o sirvienta. Ella, para escapar de los abusos, se vestía de hombre y trataba de pasar desapercibida por él. El vestirse de hombre para ella ya era una cosa diaria, porque, cuando iba a ayudar a su madre y a su abuela, siempre iba vestida así para que no la mirasen de forma rara.

Además volviendo al tema de los juglares, el oficio de juglar estaba muy mal visto en las mujeres porque la mayoría recitaba poemas obscenos y otras pocas acababan convirtiéndose en prostitutas y, gracias a que ella se vestía con esas ropas masculinas, podía recitar sin que nadie la silbase, la tocase o le dijera comentarios obscenos.

Aun así ella estaba segura que iba a ser una gran juglaresa. Un día fue a un hotel a ayudar de camarera, ya que necesitaba un poco de dinero para poder comprarle los medicamentos a su abuela que estaba enferma. Llevando la comida a una persona, se encontró con un monje y con un hombre que parecía un juglar. Lucía con curiosidad preguntó al hombre llamado Mattius que si él era un juglar y que si podía enseñarle todo lo que tiene que ver con el oficio y los poemas. Mattius le dijo que no, pero ella siguió insistiendo, debido a que ella no paraba de insistir y de replicar, Mattius se cansó y se fue, también yéndose la oportunidad de Lucía para ser juglar.

Después de unos cuantos viajes, ella se volvió a encontrar con Mattius y con el monje y después de charlar y hacer promesas, Lucía logró convencer a Mattius para que le enseñase sobre la juglaría.

También comenzó a viajar con ellos y a ser una gran ayudante.

Aquí termina lo principal del pasado de Lucía sin contar el final.

Lucía M.


Guthlac el druida

Hola, me llamo Guthlac, soy un druida que cuida y protege el bosque y la naturaleza en sí. Hoy te contare mi historia y cómo he llegado aquí:

Mi madre era humana y mi padre era un druida, pero consiguió enamorar a mi madre gracias a su poder de cambiar de forma, por esa razón entiendo el idioma humano pero no sé hablarlo. Nueve meses más tarde nací yo, mis padres me llamaron Gave. No recuerdo mucho de mis primeros años, lo que sí más recuerdo es mi época como estudiante, ya que la transformación se dominaba tras unos años de aprendizaje, y como era mitad humano y mitad druida, tenía un aspecto... peculiar, dejémoslo ahí, por lo cual los niños por esa época me apodaban bicho raro lo que a mí no me hacía mucha gracia, no les hacía mucho caso, pero me dolía que me insultaran y me dejaran de lado.

Cuando crecí y dejé el colegio, mis padres murieron, yo estaba solo y muy triste, no tenía amigos ni familia pero me fui a un bosque donde encontré a gente de mi especie. Ellos me hospedaron en una casa y me quedé a vivir con ellos.

Mis compañeros murieron al cabo de los años y me volví a quedar solo, pero en vez de huir me quedé en ese bosque a vivir.

Samuel.


20 años después...

(Año 1020)

Hola, soy Adelina.

Os voy a contar una historia muy especial para mí. El día de mi décimo catorce cumpleaños mis padres y mi hermano me llevaron a un antiguo convento, el convento de San Michel. Es una tradición familiar ir a ese convento cuando cumplimos los catorce años, a mi hermano también lo llevaron. Estaba muy emocionada, para mis padres era muy importante que nosotros fuéramos, aunque no sabía por qué.

Cuando llegamos, mis padres me enseñaron la tumba de San Michel, pero había algo que no me cuadraba. Había algo que brillaba en el interior de la tumba, así que decidí distraer a mis padres e intentar abrir la tumba. Rato después, mis padres ya no estaban en el monasterio y decidí llamar a mi hermano para que me ayudase a abrir la losa de la tumba, ya que yo sola no era capaz de levantarla. Cuando la levantamos, nos dimos cuenta de que San Michel tenía un aspecto diferente al que yo me habría imaginado de una persona que llevaba tanto tiempo muerta.

Tenía un aspecto joven, la piel estaba lisa y sin arrugas, nunca me habría imaginado encontrarme a una persona tan joven y enterrada. Rápidamente intenté coger la joya que llevaba, era asombrosa. Todavía siete años después soy incapaz de describir la belleza de la joya. Cuando puse una mano encima de ella, sentí que mi mano se prendía en fuego, mi hermano acudió en mi ayuda; pero, cuando él intentó volver a tocar la joya, una luz cegadora apareció en frente de nosotros, esa luz nos hablaba era como un ángel, nos dijo que era él, era San Michel, no nos lo podíamos creer. Nos contó que él era un monje, nos contó dónde creció y dónde se crió, nos dijo algo muy extraño, nos dijo que nuestros padres, Mattius y Lucía, debían explicarnos su historia, aunque no entendíamos por qué, también nos dijo que nos había visto crecer. Después nos dio la joya que llevaba, era el eje del presente, también nos dijo que, cuando nuestros padres nos hubiesen contado la historia, que regresásemos al monasterio para verle.

Cuando regresamos a casa, nuestros padres nos contaron la historia del monje Michel. Nos contaron que ellos tres y nuestro perro Sirius formaban un buen equipo y que Michel se sacrificó para salvarnos mil años más. En ese momento entendimos todo lo que nos había dicho Michel y el porqué nos había dado el eje, mis padres tenían los otros dos que faltaban. Cuando regresamos al monasterio para ver a Michel, él nos dijo que deberíamos defender los ejes para que nadie nos los quitaran e irlos pasando de generación en generación para que cuando llegara el año 1999 alguien tendría que hacer lo mismo que hizo él, para salvar a la humanidad durante mil años más. Nos dijo que él nos ayudaría porque él se convirtió en el dios del tiempo.

Mi hermano y yo decidimos volver a casa y en ese momento toda la familia partimos de pueblo en pueblo para hacer mundial la historia de Michel y salvar la humanidad mil años más.

Hoy es 23 de septiembre, mi cumpleaños; y me hace muy feliz estar en Finis Terre recitando la increíble historia de Michel. Ahora, llegados a este punto solo queda que la gente crea en nosotros y comparta las historias y salvemos a la humanidad mil años más.

Ángela.


El día 12 de enero del año 1000 Mattius decidió viajar al continente de Asia a aprender nuevos cantares típicos de allí durante un año, entonces Lucía decidió abandonar, dejar durante ese tiempo la vida de juglaresa, ya que se había dado cuenta de que necesitaría aprender nuevos cantares y dominar el uso de otras muchas lenguas para a cambio recibir un pequeño puñado de monedas.

Lucía decidió buscar un puesto de trabajo para ser camarera y lo encontró en un pequeño recinto cerca de una posada, decidió que sus ratos libres los dedicaría a ir por la ciudad recitando pequeños cantares.

Pasaron los meses y Lucía seguía en el trabajo de camarera, hasta que el día 6 de junio llegó Mattius por sorpresa y le dijo que se tenían que ir a Asia, ya que había escuchado que a finales de junio iniciaron una guerra religiosa por toda Europa. Ella al principio se negó porque no quería perder su trabajo, pero después aceptó y juntos empezaron una nueva vida en Asia.

Lydia. 


Todo empezó un día en un pequeño pueblo en el que un grupo de cuatro niñas rebuscaba en la basura porque se aburrían. Después de tanto buscar, encontraron unos disfraces de bruja y se los pusieron. Ellas jugaban por el parque, por la plaza, etc. hasta que un día salieron a jugar por la noche para que fuera más real.

En esa noche estaba todo el pueblo lleno de niebla y entre la niebla salió una sombra negra gigante, las niñas tenían miedo, la sombra les empezó a hablar y les ofreció el poder de ser brujas de verdad. Ellas muy ilusionadas dijeron que sí. A partir de ese día salían todas las noches juntas.

Poco a poco con el paso del tiempo el grupo de brujas fue aumentando hasta que llegaron a ser cincuenta brujas. Se pusieron de nombre las meigas.

A partir de ese día se reunían todas las noches a hacer cosas de bruja como por ejemplo, hacer hechizos en un caldero, secuestrar gente, secuestrar sapos, etc. Ellas eran felices así.

Antonio.

Responsable de la página: Sonia Gara Arboleya Olivares.
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar